San Martín empató 0 a 0 con Alvarado en La Ciudadela, pero más que dos puntos en el camino dejó un signo de interrogación bien grande. El equipo que dirige Mariano Campodónico se presentó con un esquema que, en los papeles, prometía vértigo y volumen ofensivo: un 4-2-1-3 con Juan Cuevas de enganche y tres delanteros bien definidos (Franco García, Martín Pino y Juan Cruz Esquivel). Sin embargo, en la práctica, el plan mostró grietas tan grandes como La Ciudadela, sobre todo en el lugar donde nacen y mueren los partidos: el medio campo.
El doble “5” estuvo compuesto por Matías García y Nicolás Castro, y esa apuesta del entrenador no se entendió en ningún momento. El volante nacido en Ranchos (provincia de Buenos Aires) jugó en una posición que no siente. No es ancla, ni recuperador; tampoco hombre de tránsito corto. Y la Primera Nacional, con su aspereza y su lógica de tablero de ajedrez en el barro, no perdona ese tipo de concesiones. En este torneo, en el que cada pelota dividida se juega como si fuese la última, regalar la mitad de la cancha es prácticamente como subir a un ring con las manos atadas.
El equipo lo sintió desde el arranque. Con casi nula presión en esa zona estratégica, San Martín fue y un equipo largo, acelerado y partido. La pelota llegaba rápido a los extremos, pero siempre a contramano, sin la pausa ni la serenidad que se necesitan para transformar una intención en profundidad. El vértigo, en lugar de convertirse en arma, fue un síntoma de ansiedad. Y esa ansiedad, a su vez, se transformó en desorden. Como si todo eso fuese poco, el desorden dejó al “Santo” sin brújula.
Campodónico buscó soluciones en el banco de suplentes para el complemento. Hizo ingresar a Aaron Spetale y terminó jugando con cuatro delanteros en simultáneo. El dibujo, entonces, se transformó en un arrebato ofensivo; más parecido a una apuesta desesperada que a una estrategia pensada.
Cuatro delanteros en un equipo que no lograba conectar dos pases en el medio equivalió a juntar pólvora sin chispa. El espectáculo fue frenético, pero estéril. San Martín atacó más por acumulación que por convicción, y Alvarado, sin hacer demasiado, entendió cómo sobrevivir a ese asedio y, de yapa, tuvo espacios para llevarse el premio mayor a Mar del Plata. Claro, le faltó convicción para atacar a un equipo que a esa altura ya había perdido lo poco bueno que había mostrado en la fría y gris tarde.
El contraste con la era de Ariel Martos resulta inevitable. Bajo la conducción anterior, San Martín había mostrado un equipo con paciencia, que tenía circulación y una idea clara de cómo pararse en el campo. Es verdad que en casa tuvo lapsos en los que no supo cómo quebrar los cerrojos enemigos. Pero de última moría con la suya.
En cambio, en esta ocasión contra Alvarado, San Martín apareció un conjunto acelerado, que corre más de lo que piensa, y que no consiguió sostener lo bueno que alguna vez insinuó.
Los partidos pasan y, en lugar de respuestas, en La Ciudadela acumulan dudas. ¿Tiene Campodónico la llave para ordenar un equipo que parece comenzar a desmoronarse? ¿Alcanza con poner delanteros para ser más peligroso? ¿Quién se hace cargo de un medio campo que parece tierra de nadie?
Contra los mendocinos, San Martín se jugará su futuro
El miércoles llega una “final” contra Deportivo Maipú. Es quizás la última oportunidad que tendrá el equipo para soñar con un hipotético primer lugar que cada vez está más lejos (San Martín está a siete puntos con 24 por jugar).
En La Ciudadela saben que el margen de error se achica como una soga que se tensa. Si el “Santo” no le gana al “Botellero”, será hora de dejar de mirar la tabla con optimismo y comenzar a replantearse objetivos y futuro. Porque en la Primera Nacional, como en la vida misma, los sueños se sostienen en el equilibrio, y ese equilibrio hoy brilla por su ausencia.